Autorretrato



A veces pienso que sería interesante que nuestro nombre se vaya mimetizando con la personalidad para que cada vez que tengamos que presentarnos, él diga todo por nosotros y no tengamos que explicar dónde nacimos, cuál es nuestra comida favorita, qué libro volveríamos a leer. Pero en realidad “¿Qué es un nombre? La rosa no dejaría de ser rosa y de esparcir su aroma si se llamase de otro modo”[1] dijo alguna vez Julieta y la verdad que tiene razón. Es por eso que, a pesar de que me cueste, voy a tener que retratar otros aspectos sobre mí y creo que los primeros trazos del dibujo son los siguientes...

Una de las cosas que más me acuerdo de cuando era chica es que me costaba dormir a la noche. Ahora suele pasarme. Pero en ese momento era peor porque las horas se pasaban lentamente; los ruidos, los miedos, todo se volvía enorme; eso hacía que estuviera en guardia  y que no pudiera contar ni una ovejita. Fue en esos momentos en los que me acompañó una nena que siempre será una nena en blanco y negro que luce un gran moño acompañando su espesa cabellera negra. Ella tiene preocupaciones de grande; sus amigos la tildan de pesimista pero en realidad se autodefine como realista; hace preguntas que no sé si tienen respuesta; odia la sopa pero adora la primavera, siempre sonríe mientras escucha y baila las canciones de Los Beatles; y como tiene la esperanza de que todo mejore se amarga cada vez que lee el diario o escucha la radio. A veces es triste pensar que todavía existe lo que ella describía con sus comentarios ocurrentes.

Mamá solía regalarnos y llenar nuestra biblioteca de libros. Gracias a eso, antes y después de Mafalda llegaron a mis manos y a mis oídos cuentos que me enseñaron a escribir historias en mi mente que quizás sólo tenían sentido para mí, pero con eso bastaba. Sin embargo, los relatos que más me impactaron y me llegaron al corazón fueron los que me regaló Rosana. Ella no regala cualquier libro así porque sí, hay un sentido detrás de ellos y lo iba entendiendo a medida que los leía. La verdad que cuando uno es chico y espera un regalo, un libro no es lo que más desea pero de ella no me molestaba. Supo transmitirme cada historia en la edad adecuada. “El día que te conocí estabas leyendo, sin saber leer, un cuento de una ranita”, me cuenta con su voz suave y tranquila cada vez que hablamos. Una historia que es linda creer pero que no sé si es uno de esos mitos que comentan los grandes cuando uno va creciendo.

En ese mundo vivía yo cuando, creo, tuve el primer choque con la realidad. Dejé el colegio de barrio, el que me había aguantado tantos años, el que yo creí que me conocía tanto, el que me brindó una hermana del alma que soportó cada uno de mis caprichos, para ingresar a un gigante lleno de gente que no conocía. El primer día de clases fue horrible pero por suerte esa sensación duró solo la primer mañana. Ya no tenía tanto tiempo para volar con mis historias pero fueron reemplazadas por otras cosas como aprender a pensar, a defender mis ideas, a opinar, a respetar lo que los demás piensan, a reírme de mí misma y sobre todo a descubrir otros aspectos de mí que tenía bastante guardados. Finalmente, el gigante ya no fue tan grande, resultó bastante acogedor y gracias a él atesoro las más grandes amistades de mi adolescencia.

Los trazos del dibujo se hacen más inseguros cuando llego al presente. Ahora estoy empezando a vivir otra realidad que creo es una mezcla de las dos realidades anteriores pero esta vez las decisiones dependen de mí. Me cuesta venir a la ciudad gris a estudiar pero por suerte siempre encuentro algún balcón verde y florido. ¿Mis sueños, lo que me gustaría ser cuando sea más grande? Eso sí que es un gran garabato que está pero todavía me falta descubrir qué significa cada color. El dibujo queda incompleto. A pesar de eso sé con seguridad que si alguna vez la vida se vuelve un poco “quieta, quieta como una galleta”[2], voy a esperar, como sin esperando, sentada en el jardín, así como hizo la Princesa Suquimuqui[3], que algún Quinoto Fucasuca[4] pelee para que pueda jugar y bailar de nuevo. Igualmente, por las dudas, todos los jueves saco a pasear por la vereda a mi malvón para encontrar un día en la puerta de casa un Dylan Kifki[5] que me ayude a no dejar nunca de construir “Castillos en el aire”[6].


[1] William Shakespiare, Romeo y Julieta, Buenos Aires: Cántaro, 1998.
[2]María Elena Walsh, “Historia de una princesa” en Cuentopos de Gulubú, Buenos Aires: Alfaguara, 2008
[3] Personaje del cuento “Historia de una princesa” Ver ref.2
[4] Personaje del cuento “Historia de una princesa” Ver Ref. 2
[5] María Elena Walsh, Dylan Kifki, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1986
[6] Cuento Popular, Castillos en el aire, adaptación de Ángela Simonini, Buenos Aires: Editorial Atlántida, 1991.



Comentarios

Cronista Clandestino ha dicho que…
mmm me la juego sin fijarme, pero sí, esto es taller I!, no?

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