Amor ciego

Él mira a través de la ventanilla del auto el edificio lleno de ventanitas resplandecientes, debe pasar la mano por el vidrio porque se empañó otra vez. Sabe que ella está allí adentro, retocándose para el encuentro. Lo extraño es que ése cuadradito del centro no brilla. Debe estar mirándose en el espejo del baño, que tiene mejor luz. Él oye el sonido de un tocadiscos lejano y reproduce el ritmo de la música con sus dedos en el volante. Sigue esperando.

¡Por qué serán tan coquetas las mujeres! Pero esta vez es extraño para él que esa luz no esté encendida. Debe estar hablando por teléfono en el living con alguna amiga, debe estar riéndose a carcajadas, comentando la última película que fue a ver al cine mientras come ese chocolate amargo que tanto le gusta.

Es como él dice: ella está riendo, divirtiéndose, hablando sin parar de la película que recientemente fue a ver al cine. Disfruta además de ese chocolate amargo que tanto le gusta. Pero él sigue mirando con extrañeza que su luz no esté encendida. Debe ser que ahora está, como cada vez que sale, acomodando el jarrón con flores del hall de entrada. Sigue esperando, un poco más impaciente. La música de fondo continúa entreteniendo sus oídos pero esta vez ya no sigue el ritmo con las manos. Una vaquita de San Antonio se posa entre sus dedos. Dicen que traen suerte, que hay que pedirles tres deseos. Pero él ¿para qué la necesita? Todo lo que quiere está ahí nomás, encerrado en la cajita de la que escapan muchas lucecitas perfectamente ordenadas. La deja salir por la ventanilla, seguramente se equivocó de destino.

Ahora por fin siente que ella está cerca, ya llega a sus sentidos su inconfundible perfume. Debe estar bajando las escaleras pero ¡cuánto tarda en salir! Seguramente volvió para buscar una flor y colocarla en su cabello. Ella está cerca como él supone y sostiene una flor entre sus manos... aunque en realidad está doblando en la esquina mientras ríe y charla sin parar. Él solo mira la entrada, siente ese cosquilleo raro de su presencia. Por fin abre la puerta. Pero la imagen está completamente invertida: ella no sale sino que entra. Acompañada por ese algún otro, ríe mientras expande por toda la cuadra su aroma de risa enamorada. ¡Cómo no se había dado cuenta! ¡Él que creyó conocerla tanto! Solo espera que no sea tarde para buscar la diminuta manchita roja sobre el asfalto y, antes de encender el auto para ir a desahogar su pena, pedir los tres deseos que ella le estaba debiendo.

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