Chocolatada y vinagre

¿Qué tienen que ver el vinagre y la chocolatada? La verdad, nada de nada, pero hubo una época en mi vida en la que coincidieron todas las mañanas. ¿El olor a vinagre y a chocolatada? Sí señores y señoras, juntos, bien pegados y por eso hoy son dos olores que trato de evitar cueste lo que cueste...

Desde chica (y hasta hoy, obviamente) la primera hora de la mañana no es, para mí, el mejor momento del día. Soy fanática de dormir hasta tarde y se ve que es un vicio que adquirí de chica. Por supuesto que mis escándalos diarios de la infancia se llevaban a cabo antes de salir al colegio. Pero al clásico "no me quiero levantar" o "no quiero ir al colegio" de todo chico de primaria se sumaba el "no quiero tomar la leche". Todas las mañanas cuando cruzaba la puerta del pasillo me esperaba la chocolatada caliente en la mesa del comedor, nunca se olvidaban de preparármela, nunca les daba lástima, nunca se quedaban dormidos y decían "no, hoy mejor no la tomes", nunca me regalaban una mesa vacía, nunca. Ya me sabía de memoria los clásicos argumentos como "dale, tomala, es nutritivo, te da energías para estudiar toda la mañana" hasta a veces soltaban un típico "mirá cuando tengas novio y le contemos que llorabas para no tomar la chocolatada ¡qué papelón!". Ay, que vergüenza mamá nunca lo cuentes, por favor. Qué me importaba lo que le pudieran decir al mi posible futurísimo novio, ¡yo lo único que quería era no tomar lo que tenía la taza!

El tema era que por esas épocas tenía bastantes "habitantes" en mi cabellera interminable y se había impuesto la moda entre las madres de ponernos vinagre en el pelo antes de salir (se decía que era un repelente natural de piojos). Entonces, todas las mañanas mamá me desenredaba el pelo, me lo ataba con una colita tirante y finalmente le vertía el contenido del envase a mi cabeza mientras papá, cansado de que todos los días pasara lo mismo, empezaba a elevar el tono de sus argumentos para que me tomara de una vez el contenido del otro envase (el que tenía en frente). Y así transcurría todo el desayuno: entre gotas de vinagre que caían en por todos lados, quejas y mi nariz pegada en una taza con olor a leche con chocolate caliente, hasta que el maldito reloj amenazaba con que mamá llegaba tarde a trabajar si no me la tomaba en ese instante. Y de esta manera llegaba mi habitual derrota matutina: mis paladares sintiendo ese gusto a chocolatada (ya fría) a la que se le habían caído unas gotitas de vinagre (¡puaj!) y yo tomando con dificultad el contenido del envase, enojada y derrotada como cada día.

Así salía de casa, hecha una ensalada, con una cola de caballo tirante y pelo brillante, maldiciendo a los que me obligaban, rogando el día que pudiera elegir saltear el desayuno o simplemente que llegaran las vacaciones para descansar por lo menos tres meses de eso. Por suerte, al pasar la puerta verde del colegio, mis males se me olvidaban y mi olor a berenjena hervida en vinagre se confundía con el de la mayoría de mis amigas. Al otro día obviamente se volvía a repetir la escena de cada mañana: mis papás se tenían que aguantar mi desayuno caprichoso mientras que yo me olvidaba del asunto con solo cruzar la entrada del colegio. Un día entendí que era nutritivo tomar chocolatada a la mañana y no me quejé más, otro día ellos entendieron que no me hacía bien, no me gustaba y no me obligaron más a tomarla. Mamá, durante algún tiempo más, luchó con peine fino y vinagre contra esos "habitantes" aguerridos que no se querían ir de mi cabeza hasta que un día inesperadamente se fueron y por suerte se llevaron con ellos la ensalada matutina.

Hoy por suerte esos olores no se mezclan más y cuando están cerca prefiero alejarme o contener el aire por un momento. Perdí cientos de batallas (y estresé cada mañana a la mitad de la familia) pero... ¡Nunca más chocolatada en ninguna época del año! Papá a veces recuerda el momento cuando enumera los caprichos insistentes que tenía que aguantar... pero ¡ojo! esto queda entre nosotros porque todavía no se animaron a contarle la vergonzosa situación a mi ex posible futurísimo novio.

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