Ideas en busca de un rayo de luz

“La inquietud que producen esos recuerdos – o ese tema, ese germen de la historia que regresa- se debe a que misteriosamente significa algo más, de que es algo así como un brote cuya raíz nace en nuestras sensaciones, nuestra imaginación, en experiencias pasadas, para establecer con nosotros una conexión especial y misteriosa.”

Gloria Pampillo

Alguna vez alguien lo plantó al lado de una ventana. Seguramente el techo inoportuno de alguna galería fue lo que hizo que se distinguiera entre todos los demás. Sin embargo, eso no lo imposibilitó a la hora de cumplir su principal objetivo: vivir. Al parecer el agua nunca le faltó, sin embargo, en todo momento tuvo sed de lluvia y de otras cosas más. El problema siempre fue el mismo y es que los hilos de luz provenían de un solo lado. Ya hace muchos años que la primera de sus pequeñas ramas decidió seguir esos rayos y se animó a pasar la frontera. Enseguida las demás la siguieron y juntas comenzaron a hacerse dueñas de la ventana y del balcón. Al principio no fue fácil, la pelea por la luz era constante y las quejas de los vecinos mutilaron su tarea en varias ocasiones. Se pueden ver las cicatrices, los nudos de esa lucha incesante. Ahora las ramas ya son adultas, compiten por algún rayo de luz solar pero se respetan, cada una tiene su espacio y siguen engordando cada vez que pueden. Allá más arriba sí hay una guerra verde de nuevos brotes pero saben que todo tiene un límite y su principal sostén son aquellas que tuvieron el coraje de invadir la vereda en busca de vida hacía ya unos cuantos años. Todas juntas muestran hoy su agradecimiento brindando una copa gigante de sombra a los fugaces peatones que pasan por debajo de ella en cualquier época del año.


Por suerte las ideas que rellenan cada uno de nuestros relatos crecen de una manera parecida a la de los árboles. Y, así como éste, algunas veces se les hace más costoso formar una gran copa llena de argumentos atractivos y que le den algún tipo de sombra literaria al lector.


Desde el punto de vista de Gloria Pampillo “un tema o una historia puede originarse de la manera más inaudita y de situaciones y también imágenes cotidianas; lo que importa es que, por trivial que lo juzguen otros, para uno es significativo; esta cualidad se revela a menudo por el hecho de que vuelve una y otra vez a la memoria.”[1] Pero ¿cómo llega esa idea o tema a retumbar y hacer bochinche sin parar en nuestra cabeza? ¿Cuáles son los hilos de luz que le permiten poder asomarse por la ventana? ¿Cómo hace para engordar cada rama y llenarla de nudos, personajes llamativos e interesantes?



Es preciso, entonces, encontrar la luz y el agua que alimentan cada una de nuestras ideas. Ellas están compuestas, nada más y nada menos que por lo que sucede a nuestro alrededor, por esa mirada de espectador de la vida diaria. El problema es que generalmente las ideas tienen un paladar exquisito y no pueden alimentarse de cualquier mirada. No se la puede satisfacer con una vista rápida al semáforo esperando que cambie de color para cruzar. Tampoco se le puede pedir que crezcan fuertes con esa mirada de reojo con la que ubicamos el colectivo que tenemos que tomar mientras hablamos por teléfono. Es, en cambio, la mirada chusma y curiosa nombrada sutilmente como “el arte de mirar” la que sirve, junto con los recuerdos y la experiencia, de principal abono del buen relato. Pero no hace falta ir buscando por la ciudad cosas extravagantes y fuera de lo común para que se desarrollen fuertes y sanas. Con la vida diaria alcanza ya que, como señala Irene Klein, “nunca inventamos del todo, la ficción nace, sobre todo, de lo que miramos. El arte es un hábito que se desarrolla: el de aprender a mirar, el de sustraer la mirada del automatismo de la visión cotidiana. De volver a observar lo que parece obvio.”[2] Entonces el plato predilecto de las ideas son aquellas miradas que nos permiten observar con ojos de extrañeza lo cotidiano, miradas que nos pregunten ¿Qué música saldrá de los auriculares de aquella chica? ¿Con quién hablará por teléfono ese hombre que ríe sin parar? ¿Quién será el dueño de la ventana de aquél edificio?


¿Pero de qué nos sirven todas esas preguntas y observaciones minuciosas? ¿Qué objetivo tiene tenerlas todas apelmazadas en nuestra mente? Quizás esa lista detallista de situaciones o de momentos conformen así nomás un relato, una poesía, una gran historia. Pero no, solas no dicen nada. Y O’connor nos advierte al respecto diciendo que “afirmar que la ficción procede por el uso de detalles no implica el simple, mecánico amontonamiento de estos. Cada detalle debe ser controlado a la luz de un objeto primordial, cada detalle debe introducirse de modo que trabaje para nosotros. El arte es selectivo. Todo lo que hay en él es esencial y genera movimiento”[3]. Es decir que, una vez en nuestra cabeza, transformarse en una gran copa que brinde sombra no es tarea sencilla. No es cuestión de crear un collage de situaciones que nos llamaron la atención. Es en este momento en el que tiene que entrar en acción la interpretación de las fotografías diarias que sacan nuestros ojos. Una interpretación que sirve de conector, que imagina, ata cabos, busca coincidencias, deja sorprenderse. Una imaginación que actúa como un brote expectante en busca de un rayo de luz. Y, finalmente, puede pasar mucho tiempo hasta que esa chica que escuchaba la radio en el colectivo se encuentre con el hombre que reía sin parar.


Simplemente atesorando imágenes y momentos a la espera de un hilo de luz puede ser que alguna vez encontremos la fotografía que encaje perfecto con ellas. No es cuestión de forzarlas a que transiten un rumbo que no quieren seguir. Muchas veces algunas ramas molestarán a los futuros peatones de esas veredas, entonces, nuestra poda correctiva podrá formar los nudos que nos permitan seguir adelante. Sólo eso puede hacer que la tensión entre nuestras ideas crezcan momento a momento, de una manera “algo” organizada y que inciten al futuro lector a no parar hasta terminar de recorrer cada una de las hojas y ramas de esta copa. Ese estado latente y expectante de nuestras ideas a la espera de alguna pareja ayudará a la imaginación a conectarlas para así poder, de alguna manera, establecer un ganador, un perdedor o un final abierto a esa carrera en busca de la luz.



Seguramente hoy no riegan este árbol las mismas manos que lo plantaron. Quizás ya no lo necesite porque sus raíces son tan profundas que pueden proveerse de alimento solas. Los relatos, una vez terminados, tampoco son regados por las mismas manos que lo crearon ya que en el momento en el que el escritor pone el “punto final” está en manos del lector la tarea de que siga creciendo. Y lo que es mejor, cada lector interpreta al árbol de manera diferente: algunos buscan la luz a través de una ventana, otros dejarán que crezca libremente en el medio del campo, otros pueden hacer morir sus brotes en la plena oscuridad. Mientras se lo siga leyendo, hay infinitas lecturas, y como en cada árbol, dentro de ellas existe un mundo distinto. Dicen que los árboles en algún momento paran de crecer, pero ¿tendrán algún límite las ramas de este árbol que se entrecruzan gracias a nuestra imaginación?



Bibliografía



-Klein, Irene. La Narración, Eudeba, Buenos Aires, 2007.

-O’Connor, Flannery. “El arte del cuento” en Cómo se escribe un cuento, Librería “El Ateneo” Editorial


-Pampillo, Gloria. “El relato: ser fiel a la historia” en Permítame contarle una hitoria, Eudeba.




[1] Pampillo Gloria, “El relato: ser fiel a la historia” en Permítame contarle una hitoria, Eudeba, Pág. 208

[2] Klein, Irene. “El hábito de mirar” en La Narración, Eudeba, Buenos Aires, 2007. Pág. 110

[3] O’Connor, Flannery. “El arte del cuento” en Cómo se escribe un cuento, Librería “El Ateneo” Editorial. Pág. 205


Comentarios

Victoria ha dicho que…
Mechi me encanta tu blog!!
Escribís hermoso! :)
Mechi Cerrotta ha dicho que…
Graciass por leer!
Nos seguimos leyendooo :)

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