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Nueva normalidad II

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  Si se terminó la cuarentena, ¿me tengo que sacar el pijama? Este año me enseñó que muchas veces se hace lo que se puede. Es común que dé un poquito más de mi límite. Suelo pensar en lo que faltó, en lo que no quedó tachado en la lista. La cuarentena logró ponerme en modo "hasta acá llegué por hoy". Para mi propia sorpresa por primera vez miro cada vez más lo que hice y no tanto lo que faltó.  ¿Lograré mantenerlo o se irá con el pijama de invierno?

Alegrías del hogar

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En la casa de mis abuelos maternos había cosas increíbles. También había cosas inservibles. Las acuarelas de mi abuelo entraban en la categoría de increíbles. Nunca pero nunca lo vi pintarlas. Creo que por eso también entraban en la categoría de mágicas. Ya no le alcanzaban las paredes para colgarlas en la casa. Regaló algunas, pero la mayoría las tenía en sus paredes.  A mis ocho años quise entrar en la categoría de personas que tenían el honor de tener una de sus pinturas. Él me preguntaba dónde la iba a poner si no tenía casa propia. Le insistí tanto que un día me dijo ¿Qué flor querés que pinte? A lo que no supe qué contestar, pero no podía perder mi oportunidad, así que dije re segura "una alegría del hogar", pues hija de productor de plantines. Y así fue como conseguí tener la acuarela de la flor menos glamorosa de sus cuadros, pero era la mía. Es la mía, la de arriba a la derecha. Al fin está en mi casa. 

Cuba III

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Llegamos a La Habana y la cúpula del Capitolio estaba tapada por reformas 😔. La ciudad se preparaba para festejar sus 500 años con los turistas. Por un instante pensé: "qué lastima", es una cúpula imponente que se ve desde varios puntos panorámicos de la ciudad y todas las fotos iban a salir con una grúa al lado. Pero al toque las reformas de la ciudad se volvieron parte del paisaje: ¿qué es una ciudad sin su día a día, sin su minuto a minuto? Nada. Los turistas solemos ser bastante injustos con los paisajes. Juan, nuestro anfitrión en La Habana, se esmeró por llevarnos a los mejores lugares. Pero las horas que caminamos solos fuimos por ahí sin mucho rumbo tratando de vivir la ciudad. "Caminaron por esas calles que están todas llenas de basura, cómo puede ser", nos decía Juan cuando volvíamos. No sé cuál es el imaginario que tienen los cubanos de Buenos Aires, pero sin dudas sus calles no se caracterizan por ser limpias, mucho menos las del conurbano. "Si sup

Cuba II

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Llevé a Cuba las fotos que sacó mi abuelo en La Habana en el 95 para sacarlas en los mismos lugares. No hay muchas diferencias entre las fotos viejas y las nuevas, pero en la Plaza de la Revolución hay algunos cambios. A la escultura del Che ahora la acompaña la de Camilo Cienfuegos en el edificio del Ministerio de Comunicaciones, que está al lado. El último día en La Habana vimos cómo estaban poniendo los cables subterráneos en la plaza, para que se pueda sacar la postal sin interrupciones visuales. Lo que no cambiaron fueron los mapas de La Habana, por eso en la ciudad usamos los que encontré en la caja en la que estaban las fotos y los faxes que mi abuelo mandó desde allá. Planificar las vacaciones en Cuba fue viajar en el tiempo. Ni Booking ni Airbnb fueron opciones. Usamos tres buscadores de alojamiento mucho mejores: las bitácora de viajes y fotos de nuestros amigos Bona, Gastón y Sol.  Por más que planifiques el viaje, Cuba siempre te sorprende con algún cambio de planes. En la

Cuba I

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En marzo de 2019 nos fuimos de vacaciones a Cuba, pero para mí ese viaje había arrancado mucho antes. En agosto del 95 mi abuelo Julián estuvo 15 días en La Habana por su trabajo. La vuelta de sus viajes para nosotros siempre eran una fiesta, no solo por los regalos sino porque en épocas sin internet era increíble que alguien te contara cómo vivían en otros lugares del mundo. De este viaje, mi mente de 7 años recuerda dos cosas de su relato: las casas no tenían vidrios en las ventanas y Cuba tenía el mismo presidente hacía muchos años. ¿Y qué va a pasar cuando se muera Fidel, abuelo? "Va a ser todo un lío", decía él. Me acuerdo, también, que estaba fascinado con ese viaje, La Habana fue un tema recurrente en nuestras charlas. El tiempo pasó. También pasó el secundario con "profesores que te daban la mano con la izquierda", como decía mi amigo Leíto. Después llegó #fsoc y sus matices: el mundo no es blanco o negro, es una consecuencia de procesos. Y Cuba siempre estu

Vieja normalidad

Al principio de la cuarentena me preguntaba en qué momento todo esto se volvería una anécdota. De esas que comentamos arrancando con la frase '¿Te acordás cuando en tal año...?'  En el día 101 de cuarentena y con al menos 19 más por delante me pregunto si en algún momento esto se volverá una anécdota. Mientras tanto seguiremos usando el '¿Te acordás cuando...?' para referirnos con extrañeza a costumbres que teníamos hace tres o cuatro meses.   Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida de Mechi Cerrotta (@mechicerrotta)

La cuarentena más larga del mundo

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El día más corto del año coincidió con el final del tercer mes de encierro. Sí, pasamos una estación entera encerrados. Un trimestre del colegio, un cuarto del año. La cuarentena más larga del mundo. Intento imaginarme a un profesor de historia tomando examen en 30 años, cuando todo este lío sea "solamente" un par de páginas de un libro. ¿Alcanzarán 30 años para que la palabra examen tenga otro significado?  En fin, estaría bueno que en algún renglón de las páginas de ese libro diga que el tercer mes de cuarentena fue el que tuvo los atardeceres más lindos. Acá va el de hoy, el del día más corto del año, el primero del invierno. Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida de Mechi Cerrotta (@mechicerrotta)

¿Cenamos helado?

Cada vez que ceno helado me acuerdo de todas las cosas que pensábamos hacer de grandes cuando éramos chicos. Una de ellas era comer todo el tiempo cosas que nos gustaran mucho, como el helado. Mi hermano decía que con su sueldo se iba a comprar la colección completa de Playmobil y cuando le preguntaban para qué la quería el decía: para jugar. Yo aseguraba que me iba a ir a vivir sola con mi mejor amiga a los 16 y bueno, me fui de la casa de mis papás a los 29... 🙄 Irse es un decir, solo podrán desarmar mi cuarto de Nogués con carta documento mediante.  La idealización de la adultez se me terminó rápido. Siempre aparenté dos años menos. Mientras mis amigas hacían esfuerzos por parecer más grandes y se asombraban que no me molestara parecer más chica, a mí la adultez no me parecía un buen negocio. "A los 30 no van a querer parecer de 35", les decía. En esa le pegué.  A los 15 le dije a mi papá que mi vida era una porquería porque invertía todo mi tiempo en obligaciones y cosa

Ventanas al mundo

Siempre me gustaron las ventanas. No tengo idea cuántas fotos tengo a través de ellas, son muchas. En el avión siempre ventanilla, en el tren, también. Me parecen un encuadre arbitrario de una realidad. La foto a través de la ventana ya estaba ahí antes de que la saque. Quizás aparece algún personaje que se vuelve protagonista, pero hasta ya estaba enmarcada.  ¿Cuántas historias y papeles protagónicos encierra una ventana? Después de casi tres meses de encierro, podemos decir que son infinitos.  Acá algunas ventanas del último año y medio de "libertad": Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida de Mechi Cerrotta (@mechicerrotta) 1. Tres ventanas de cuarentena. 2. Un niño mira por la ventanilla del San Martín. 3. Bariloche desde la ventanilla del avión. 4. La vista de una de las ventanas del Museo de la Revolución en La Habana. 5. Una ventana del cuarto de mis abuelos. 6. Mi ventana favorita de Nogués.

Prohibido permanecer en silencio

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A Mati no le gusta el silencio. Su Spotify solo descansa cuando él duerme. Y a veces ni eso.  Supongo que le pasa lo mismo que a todos: en el silencio nos aturden nuestros pensamientos. Sus rutinas, sus podcast y su música siempre encendidos son mi refugio de cuarentena.  A Mati no le gusta el silencio y finalmente entendí por qué me aguanta a mí, que solo dejo descansar a mis cuerdas vocales cuando duermo 

Nueva normalidad

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  Dos meses de encierro.  Ya no me acuerdo cómo era vivir sin palabras como tapabocas, aplanar la curva o nueva normalidad. Casi todas las escenas de una serie o película suenan inverosímiles con personajes sin barbijos o que no se lavan las manos todo el tiempo. Dejó de ser una rareza cumplir años aislado y conocer sobrinos por zoom. El primer mes ponía en orden de prioridades cosas para hacer cuando se termine la cuarentena. Ahora no sé distinguir muy bien qué es lo que extraño.  Supongo que los seres humanos tenemos siempre presente que la vida nos puede cambiar radicalmente de un minuto para otro, pero lo raro de esta vez es que nos pasó a todos juntos, y lo estamos viviendo separados.

Cuando Buenos Aires perdió la gracia

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El año pasado Buenos Aires perdió la gracia para mí. Quizás porque cumplí dos años de local y dejé de visitarla todos los días para habitarla.  Lo raro de vivir casi toda la vida a 30 km de porteñolandia es que para el resto del país sos porteño porque lo ven en el mapa y estás ahí adentro. Pero los porteños te miran extrañádisimos cuando le decís desde dónde venís todos los días "¿tanto viajás para estudiar/trabajar?". Lo bueno, para mí, es que convertí los viajes en transporte público en viajes. No siempre, claro, porque andá a meterle onda cuando el Belgrano Norte te deja a pata de noche después de salir tarde del trabajo.  En Buenos Aires siempre aproveché la capacidad de asombro del extranjero y la cercanía en el mapa para volver una y otra vez sobre los lugares que me gustan sin mucha planificación, ni pasajes de avión. Soy capaz de caminar unas cuadras de más para sacar una foto de algo raro que vi desde el colectivo. Pero el año pasado perdió la gracia. Por más que pr

Yo estaba encerrada desde antes

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Estamos encerrados hace 50 días, pero yo estaba encerrada desde antes.  No entiendo cuándo arrancó, supongo que mi encierro pre-cuarentena no fue impuesto por decreto. Sospeché que algo pasaba cuando empecé a sentir mi disfonía nerviosa varias veces por semana o cuando dejé de disfrutar mis logros porque inmediatamente tenía que planificar el próximo paso. Preferí seguir pensando que estaba surfeando la ola de la libertad como una campeona mientras caminaba en círculos en un metro cuadrado. A veces me llamaba la atención que el paisaje se repetía muchas veces en el día.  En esa andaba yo cuando cayó el encierro para todo el mundo. Nunca la frase "todo el mundo" fue tan literal. No sé. Quizás ya estábamos todos encerrados. ¿Y ahora qué? Exigimos que nos devuelvan nuestra libertad. Pero creo que es hora de que nosotros mismos la busquemos en los pasos que dejamos caminando en círculos en un metro cuadrado.

Otoño soleado

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Un mes de encierro.  Debe haber sido el mes de otoño más soleado de la historia. O así pareció. Aunque ya no importa el pronóstico del tiempo, lo sigo mirando todos los días. Porque en estas circunstancias me deprimen los días soleados. No era lo que teníamos planeado para el final del verano: aprendimos a lavarnos las manos, a desinfectar todo lo que venga de afuera y a hacer barbijos. Muchos están aprendiendo a trabajar en casa y yo estoy medio harta del home office colectivo. Intentamos tomarnos el atardecer para hacer fotos y abrimos una carpeta en Google fotos que se llama "cuarentena". Como cuando nos vamos de viaje o como si fuera un capítulo aparte de nuestras vidas.  ¿Otoño con lluvia o sol?  A mí me gustaban más cuando lo podíamos mirar desde abajo. Pero si hay que elegir, en cuarentena prefiero nublado. Me hacen acordar a las tardes lluviosas de la adolescencia en las que nos suspendían educación física por mal tiempo. La vida nos daba una tarde libre para dormir l

Lo que más extraño

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Extraño los mates de mi papá.    Cuando era chica me gustaba acompañarlo a trabajar al vivero de Loma Hermosa porque ahí vivía mi bisabuela, la nonna Cristina. Ella vivía en una habitación grande en la casa de mis abuelos y ahí estaba la televisión, con cable, que en Nogués no teníamos. Además sacaba de una lata unos caramelos con paquete de frutilla y me decía Merceditas. Pero mi momento favorito era cuando papá dejaba de trabajar y ella lo esperaba en la galería con el mate. A un horario de la tarde calentábamos la pava, no dejaba que se hierva y me descubría si le metía agua fría. Para mí esa hora del día con papá y la nonna eran unas vacaciones adentro de las vacaciones, sentía que estaba escondida entre sus conversaciones y que era un momento solo de nosotros tres. Aunque estuvieran mis abuelos dando vueltas, era el ritual de ellos dos. No me acuerdo ni de qué hablaban, pero yo era parte.  Más de 20 años después, mi papá llega de trabajar del cultivo o de la huerta y hace mate par

La noche que el himno no sonó

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Anoche no sonó el himno a las 21. Supongo que el vecino que lo pone todas las noches estaba del orto como yo. Confieso que soy una larva y que el distanciamiento social es mi estilo de vida por épocas. Es fácil ser una larva cuando podés romper la cuarentena autoimpuesta desde los 15 años, tomarte un bondi a dos cuadras y llegar a cualquier lugar. También es fácil cuando el resto está distraído con sus propias actividades.  Pero ahora estamos larveando en masa y ya me cansé de que el home office se haya vuelto full life. También estoy cansada de no poder caminar mil cuadras mientras hablo sola o de hacer gimnasia mirando una pantalla. Y así.  Estar del orto no combina con dormir. Y adivinen qué, tengo insomnio desde que soy muy chica. A los 10 años me agarró una racha que quizás no fue tan larga, pero para mí se hizo infinita. A esa edad decidí que mejor no leía más el diario porque me hacía mal. Pero sí le entraba a los libritos de Mafalda completos en una noche, que es casi como leer