Pepe
Contamos con el privilegio de ser unos genios por el solo hecho de ser nietos de Pepe. Si lo pescabas ostentándonos por algún logro insignificante, el argumento era "son unos genios...porque son mis nietos". El resto de la cadena de crianza no tenía influencia. Fue el más abuelo de mis abuelos porque el deber ser quedaba restringido para los hijos, nosotros lo agarramos orgulloso de casi todo.

Si tuviera que describir un trabajo en la cadena de producción del vivero, sin dudas elegiría el suyo. Su impaciencia crónica se desmaterializaba mientras repicaba y a mí me parecía que hacía magia: separando plantita por plantita y poniéndolas en un huequito arrancaba la vida de Argenflora. No me acuerdo qué edad tenía, pero el verano que papá me asignó la tarea de ayudarlo a Pepe con la sembradora, sentí que "LLEGUÉ". Al toque me comí un par de gritos y se me pasó.
Mientras nos preguntábamos si había vida después de Rosita, él nos sorprendió llamándonos uno por uno para contarnos que como a Matías le dolía la cabeza, le hizo un té. [PLACA DE CRÓNICA] Hazaña: aprende a hacer una infusión a los 80. El día que hizo la cama, el teléfono sonó hasta en Capri.
Se sentía un poco héroe porque "conocí a mis 8 nietos". Siempre contaba que no se esperaba eso en la vida. Lo materializaba en un comentario que hacía cada vez que nos tenía a Camila y a mí juntas, estando en cualquier contexto, disfrutando en Mar Del Plata o a la cajera del supermercado: "ellas son mis nietas: la más grande y la más chica". Y nosotras nos complotamos para contar los minutos que tardaba en roncar o en grabar sus ronquidos y reacciones cuando lo movíamos para que deje de hacer ruido.
Con Pepe se va mi condición de nieta y de pichona. Con Pepe no se va solo Pepe, se terminan las anécdotas en primera persona de una generación que nos abrió el camino, nos enseñó a ser apasionados por una profesión (siempre de lleno, nunca a medias) y nos entusiasmó con historias que nunca sabremos si realmente sucedieron, pero al menos se pusieron de acuerdo para exagerarlas de la misma manera.
Nos queda su hermosa capacidad de asombro, el grito superpuesto en la mesa y el relleno de baches con comentarios. Me queda su testarudez, porque genia como digna nieta de Pepe, pero también cabezadura.
Ya extrañamos el "¿No habrá un cafecito?". Ojalá todos alguna vez tengan un Pepe en sus vidas. Eso sí, si lo encuentran, busquen la versión mejorada, que diga en la etiqueta: "auténtico Pepe sin ronquidos".
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