Serie de encuentros (desencontrados)


“Andábamos sin buscarnos
pero sabiendo que andábamos
para encontrarnos”
Julio Cortázar- Rayuela.

Ella caminaba, con demasiado cuidado por miedo a tropezarse, sobre las rotosas veredas que la vida le puso en su camino. Pero lo que esas veredas tenían de intransitables también lo tenían de pintorescas, amigables y charlatanas. Además, la cautela con la que transitaba esas baldosas no le impedían observar cada detalle de lo que se le cruzaba con ojos curiosos, de detective. Gracias a su poder de percepción e imaginación, ella creía en muchas cosas aunque un gran caparazón protector que cubría todo su autoestima hacía ver al público presente todo lo contrario.

Él recorría unas veredas algo diferentes, seguramente con baldosas más cancheras, multicolores... y, sin embargo, esta característica no lo dejaba exento de llevar a cabo cada paso con algo de cuidado. Quizás sus ojos no eran tan detallistas pero tenían una particular mirada de optimismo y despreocupación. Grandes ideas retenidas por unos rulos ingobernables hacían que sus proyectos inundaran las acciones, pero mejor era pensar que estaba haciendo lo que se fuera dando.

De alguna manera las dos veredas, a pesar de sus diferencias, pertenecían a calles perpendiculares e indefectiblemente ellos se chocaron. El tema fue que la capacidad de ambos de no darse cuenta del cruce, se fue naturalizando cada vez más con el tiempo, pero quizás eso fue lo que, finalmente, unió sus diferencias.

Una de las primeras esquinas en las que se comenzaron a hacer frecuentes los encuentros no era del todo agradable (en realidad era bastante detestable): miércoles temprano a la mañana,  una pequeña aula habitada por algunos cuantas incertidumbre, caras desconocidas, una profesora algo loca que mantenía el récord de llegadas tarde, y, sobre todo, unos pocos alumnos. La otra esquina era un poco más alentadora (aunque seguramente él no pensaba lo mismo) los martes (también a la mañana temprano) pero en la gran aula de teóricos. Cuando él entraba con los ojos chiquitos de sueño y rascándose la cabeza, ella por lo general ya estaba sentada charlando con Fede. Él procedía a sentarse de su otro lado y luego ellos se pasaban el respectivo informe del fin de semana (fútbol, salidas y esas cosas que pueden hablar dos hombres con chica mediante) y a veces hasta ni hablaban. Ella solo se limitaba a pensar “qué bichos raros estos dos que se hablan de sus novedades solo en la facu y ni sentados uno al lado del otro”. Bueno sí, es verdad, no podía limitarse solo a pensar porque no es su principal característica, también hacía comentarios, pero solo algunos.

El tema es que la situación en la pequeña aula empeoró: la profesora definitivamente no estaba en sus cabales y llegaba la hora de hacer un fastidioso trabajo práctico en grupo. Gracias a ello, surge una nueva esquina que al principio sí era deplorable: MSN mediante, juntos tomaron las riendas de un trabajo cuyas consignas y objetivos eran dudosas para ellos... lo que en realidad pasaba era que no tenían idea de lo qué se trataba. Él: con su calma habitual encaró los inminentes parciales, trabajo práctico y además ... se ocupó de tranquilizar y mediar cuando fue necesario. Ella, en cambio, se sentía un caos: los parciales, el trabajo práctico, nadie hacía nada, pasaba el tiempo, seguían llegando los parciales... pero esperá, a pesar de todo eso, él no sé, pero ella, comenzó a darse cuenta de algunos encuentros: una conversación en un pasillo lleno de gente de la facu antes de entrar a un teórico y un viaje en colectivo un día lluvioso le habían empezado a hacer un poco de ruido en su cabeza.

Hubo un feliz desenlace para la tediosa materia y por fin llegaron las esperadas vacaciones de invierno. Ya sin trabajo práctico mediante, el MSN siguió siendo la esquina, no sé si predilecta, pero sí más frecuente de encuentro. Largas charlas de no saben bien qué hicieron por fin que se dieran cuenta de que las baldosas de sus respectivas veredas estaban entrecruzadas, pero por alguna razón pensaban que era mejor seguir fingiendo que este sentimiento de hallazgo no existía. Por eso, por momentos comenzaron a pensar que sus veredas se habían vuelto paralelas.

Volvieron las clases y con ella las esquinas indefectiblemente comenzaron a multiplicarse. A pesar de eso, nada parecía alcanzarles para que hicieran presente, de manera conciente en sus cabezas que indefectiblemente había un cruce de miradas.  No alcanzó que  ella cumpliera años y que él la llamara, le mandara un saludo por la radio y le regalara un chocolate. No alcanzó, tampoco, ir a tomar el té un día de lluvia antes de entrar a la facu; ni llegar tardísimo esa tarde gracias al mal tiempo, previa compartida de paraguas; ni quedarse hablando después de clase los lunes e irse siempre pensando que les faltaba algo; ni ir a ver una película al cine; ni descubrir cuál era su película favorita en común; ni acompañarse por MSN en las horas de estudio; ni ir a visitar el Botánico una de las primeras tardes calurosas de primavera... en realidad, pensándolo bien, no sé si era que no alcanzaban. Pensémoslo como que cada uno de esos encuentros (quizás un poco desencontrados) fueron formando una  pequeña chispa que no era suficiente para encender pero estaba ahí, nunca se iba.

Los últimos parciales del año se asomaban y con ellos también las vacaciones, un inminente viaje muy esperado, una visa que lo confirmó y con todo esto un gran cartel de luces intermitentes que decía nada más y nada menos que “llegó la hora de hacerle saber al otro que nos dimos cuenta, estamos parados en la misma esquina”. Esta esquina estaba llenísima de dudas, nervios, incertidumbres pero, sin dudas, era la más linda de todas. Estaba en barranca, los árboles avejentados creaban un clima de calidez, el piso estaba inundado de las flores amarillas de las tipas, creo que había llovido y el suelo estaba algo húmedo. El helado de ella combinaba frutilla y chocolate amargo. El de él, melón y menta granizada ¡puaj! y casi termina en el piso. Sin dudas, era uno de sus lugares predilectos pero lo más importante era que combinaba baldosas pintorescas y cancheras. Charlaron no saben bien de qué, como siempre, hasta que se hizo el silencio... por fin se dieron cuenta de que no transitaban calles paralelas ni perpendiculares, eran diagonales, quizás, que tardaban en cruzarse pero sabían que en algún momento llegarían al choque: una mirada minuciosa, de detective finalmente encontrada (y para nada desencontrada) con los ojos optimistas y algo despreocupados.

Hoy sigo transitando con cuidado sobre algunas baldosas flojas que se me interponen en el camino. Vos también caminás con una cautela  algo despreocupada las veredas nuevas y viejas que aparecen y reaparacen. A veces me enseñás cómo se hace para no calcular cuántas veredas intransitables y baldosas rotas se cruzan en mi camino. Otras veces intento enseñarte que hay que organizar las baldosas coloridas de alguna manera. Quizás creo en más cosas de las que creía creer y vos proyectás como haciéndote el distraído más de lo que tenías pensado. Los dos tenemos en claro que andamos para encontrarnos y ya no nos preocupa demostrarlo aunque... sí, no podemos evitar seguir teniendo encuentros desencontrados. ¿Pero qué mejor que sentirnos perdidos por un ratito para volver a esa esquina y cruzar unas sonrisas que solo demuestran que ya no nos olvidamos que andamos para encontrarnos?

Comentarios

Cronista Clandestino ha dicho que…
mmm no sé por qué, pero me encanta este texto ja.
Mechi Cerrotta ha dicho que…
mmm a mí me encanta pero sí sé por quéee jajaja

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