Un sueño recurrente

 

Tengo un sueño recurrente que volvió en cuarentena. Sueño que estoy en una situación que merece la pena ser retratada y justo no tengo el celular cerca, o me doy cuenta de que lo perdí o justo se me cae y se me rompe o la cámara no enfoca. Los que me conocen saben que más que un mal sueño, es una PE-SA-DI-LLA. 

Mi memoria del celular no está llena de selfies sino de retratos y fotos falopa de los que me rodean. Soy proveedora oficial de recursos para hacer memes y stickers. En realidad la pesadilla soy yo, convivir conmigo y mi cámara. 



Y la historia no arrancó con el smartphone, antes andaba con una Nikon pocket para todos lados. Por suerte hace unos años le encontré una justificación a este defecto: es genético (?). Mi abuelo sacó fotos desde sus 15 años hasta sus 84. Hay 70 años de registro fotográfico en diapositivas, papel y digital. Cajas y cajas y gigas y gigas de fotos. Por ahí se iba de viaje dos semanas y volvía con 7 rollos de fotos. Una vez se le rompió su primera cámara digital y cuando fue a arreglarla el problema era que había llegado a un número onda las 99.999 fotos y tuvieron que resetearla para que siguiera contando. Mi mamá y mi tío deben ser los seres humanos más retratados de niños de su generación, seguimos encontrando fotos inéditas de ellos después de tres años de revolver cajas. Alta herencia. Algún día voy a sacar el promedio de fotos que sacó por día de vida porque primero ponerme a ordenar los gigas que saqué yo no es una opción. Algún entretenimiento hay que dejarle a las generaciones futuras. 



Nada que ver, pero lo que muchas veces no puedo retratar en mi sueño recurrente son atardeceres. Porque además de molestar con fotos a las personas, soy fanática de encontrar los mejores lugares para mirar y retratar atardeceres.

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