Cuba I



En marzo de 2019 nos fuimos de vacaciones a Cuba, pero para mí ese viaje había arrancado mucho antes.



En agosto del 95 mi abuelo Julián estuvo 15 días en La Habana por su trabajo. La vuelta de sus viajes para nosotros siempre eran una fiesta, no solo por los regalos sino porque en épocas sin internet era increíble que alguien te contara cómo vivían en otros lugares del mundo. De este viaje, mi mente de 7 años recuerda dos cosas de su relato: las casas no tenían vidrios en las ventanas y Cuba tenía el mismo presidente hacía muchos años. ¿Y qué va a pasar cuando se muera Fidel, abuelo? "Va a ser todo un lío", decía él. Me acuerdo, también, que estaba fascinado con ese viaje, La Habana fue un tema recurrente en nuestras charlas.



El tiempo pasó. También pasó el secundario con "profesores que te daban la mano con la izquierda", como decía mi amigo Leíto. Después llegó #fsoc y sus matices: el mundo no es blanco o negro, es una consecuencia de procesos. Y Cuba siempre estuvo ahí, como posibilidad de viaje. Fidel se murió un par de días después que mi abuelo Julián y no fue un lío. "No llegamos a ir con Fidel vivo", nos lamentamos.



Hasta que en 2019 el viaje se dio. No llegamos con Fidel vivo, pero sí para los 60 años de la revolución y los 500 de fundación de La Habana. Lo primero que hice después de comprar los pasajes fue buscar las fotos de mi abuelo. Las encontramos en una caja con mapas de La Habana y cartas que había mandado por fax desde allá. En una que le mandó a mi abuela decía: "Querida Maggie: no sé cuándo podré enviarte esto por fax. Aquí todo es muy difícil. Yo estoy muy bien, feliz por este regalo que a uno le aprieta el corazón a cada momento y le hace poner los pies sobre la tierra y pensar mucho sobre la raza humana". Éstas palabras cobraron sentido los primeros cuatro días en La Habana.



Si bien 24 años después estábamos visitando otra Cuba, los primeros días fueron hermosos y abrumadores. Los cubanos cruzan la calle por cualquier lado de la cuadra, hablan a los gritos y se dan cuenta que sos argentino sin que abras la boca. Siempre están dispuestos a escucharte hablar sobre tu país y costumbres, igual que cuando todavía no había Internet, mi abuelo volvía de viaje y lo llenábamos de preguntas. Tienen la combinación perfecta entre la queja constante y la alegría caribeña. Sin dudas es una experiencia que te aprieta el corazón a cada momento.



Decidí llevar las fotos de mi abuelo al viaje y las retraté en los mismos lugares. Las fotos 1 y 2 son en la Plaza de la Catedral. La 3 tiene los faxes que mandó desde allá en 1994. El que se ve más nítido es un original, un fax que le mandó a la cátedra de Botánica Agrícola de la Facultad de Agronomía después de visitar el Jardín Botánico de La Habana y cuenta que "me ha parecido extraordinario, comparable a los buenos del mundo".



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