Lunes otra vez: ¡Volví!

Después agitadas semanas de estudio, acné que pica mucho, media semana de vagancia y más acné que pica mucho, volví al ruedo... ¡con dolor de cabeza! Sí, empecé el lunes con la fuerte idea de faltar a la facu poniendo en la balanza los pros y las contras de ir y no ir: "si no voy después no entiendo nada pero no tengo ganas de tomar apuntes ni escuchar atentamente"; "hoy quizás entregan la nota del parcial pero ¡no sé si quiero saberla!"; "me va a doler más la cabeza si viajo en colectivo pero ¿y si justo hoy explican algo importante?"... Siempre pienso que a la mañana los males que uno tiene se maximizan (si hay un poco de dolor de cabeza, parece que va a explotar; si duele la garganta parece que tenemos una piedra que no nos va a dejar hablar) pero después, ya a media mañana, el calor de las actividades matutinas nos hacen pensar que "era una pavada, estaba soñando un sentimiento". Hoy yo no soñé un sentimiento pero sí reconozco que estaba buscando buenas excusas. Finalmente, los pros de ir le ganaron a los de quedarse y mi cobardía de alumna fanática a los apuntes no me dejó faltar.

Por desgracia, me esperaba un colectivo que tardó bastante y una Panamericana que no avanzaba, es verdad, había salido tarde pero el tráfico y una rara frenada que hizo mover a todos los pasajeros hacia adelante de golpe hizo que el colectivero frenara en la banquina unos largos minutos para no pude ver qué. Las bruscas frenadas en cada semáforo o parada no ayudaron a que el pájaro carpintero que taladraba mi cabeza parara. Al fin llegué a Parque Centenario y unos minutos después al aula.

La clase terminó y al fin pude subirme al colectivo pensando solo en mi cama y en la súper siesta como el mejor remedio al dolor de cabeza ... pero llegué y ¡me había olvidado las llaves! Odio que me pase eso porque me siento sin libertad de hacer lo que quiero (hay que esperar a que llegue alguien) y además la culpa es mía, no puedo trasladársela a nadie y no tuve otra opción que enojarme conmigo misma. A la hora vinieron las llaves (y también mamá). La comida y la cama me hicieron olvidar del dolor de cabeza y enojo pero duró poco: el pequeño nuevo perro parece que también estaba angustiado porque los demás estaban sueltos y el no (además de que no sabe hacer otra cosa que enredarse en su propia cadena), y no se le ocurrió mejor cosa que chillar en la ventana para llamar la atención. OK! no es mi día de siesta, lo sé, ya lo entendí.

Sí, volví y no hice una entrada glamourosa: llegué tropezándome en las escaleras por culpa de unos cordones desatados (que yo misma me olvidé de anudar, lo reconozco). Pero es así: hay (varios o muchos) lunes que no empiezan tan pero tan bien. Ya sé lo que están pensando, no digan nada, yo me adelanto: "ponele onda", pero no sé como "se le pone onda" a un día. La onda no viene envasada en un pote de kétchup y el lunes no es una hamburguesa a la que se le pueden agregar condimentos (¿o sí?). Es posible que sea una milanesa de soja a la que le puse tanto kétchup que ya no es milanesa de soja y puede ser que se haya convertido en martes pero sigue teniendo feo gusto así que... ¡lunes con mayonesa sigue siendo lunes! Prefiero ordenar de menor a mayor, pensar que la cosa va a ir mejorando (o empeorando... ¿por culpa de que no "le pongo onda", quizás?) y que los días me van a ofrecer nuevos menúes a los que no haga falta condimentar tanto porque lo mejor y lo peor del lunes es que queda toda la semana por delante.

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